2008 Javier Cano

BUSCADORES DE SUEÑOS.

Llanto por la vivión. 2002
116 x 95 cm
Acrílico, carboncillo, conté y collage s/ tela
En 1986 Hilario Bravo hacía una reflexión en uno de sus textos, Exhuberancia de la simplicidad, donde apuntaba ya las claves de lo que su pintura iba a ser: “la reflexión cruda”, delineada con un trazo versátil, misterioso y contundente, era necesario desplegarla en imágenes sobre una tela, sobre una sutil superficie. El pensamiento, esa idea latente debía después horadarnos la piel[1] y lanzarnos a tomar una serie de actitudes frente a la existencia; unas actitudes que muchas no están exentas de ciertos componentes mágicos y religiosos[2]. Y una vez plasmada la idea sugerida, Hilario Bravo siempre ha reclamado silencio para la reflexión. En este sentido, su pintura, basada en el conocimiento y en la introspección, se ha ido alejando cada vez más de lo inmediato. Ha pretendido, a través de su oficio, de sus siluetas y de su concienzuda labor, hacernos comprender todo aquello que los libros jamás han cifrado, aquello que sólo puede aprenderse con la propia reflexión, con el acercamiento a lo sustancial. Hoy sigue aferrándose a esa posibilidad de defender el concepto que el hombre ha tenido durante siglos de la Naturaleza contra la desmesura del mundo tecnológico. Su fe se ha basado en creer para hacerlo posible: la razón pictórica, como Hilario Bravo siempre ha mantenido, está basada en sus experiencias y emociones, aunque le haya supuesto alejarse de los espectadores, con los que mantiene, en muchas ocasiones, una frágil conexión por la dificultad que entraña el desvelar sus intenciones, aunque no se pierde gracias a esos títulos que, a modo de haikus, van profundizando en sus misterios al nombrar sólo lo primordial.

Sueño del lago. 2004
162 x 130 cm
Acrílico, carboncillo y collage s/ tela
Si tuviéramos que establecer una línea entre Visiones de un chamán y Guardianes del sueño, dos extremos que encierran más de veinte años de pintura, tendríamos que entresacar todas las obsesiones que se repiten como una letanía y que han ido yuxtaponiéndose a lo largo de ese tiempo. El amor, la muerte, la magia, los sagrado, lo visible, la memoria, el desengaño… se entrecruzan en Opus Lucis, Las Cuentas de Caronte, Las puertas del sueño y Medusa y Laberinto. Todas estas exposiciones o series forman un todo, una gran maraña que configura un gran círculo cuyo cierre parece estar en la representación de estos “buscadores de sueños”, una metáfora sobre la visón interior y la realidad, sobre el alma y la naturaleza, sobre la elección que ha de tomar el ser humano para conocerse a sí mismo y lo que le rodea o simplemente despreciarlo, sobre la concreción y la ausencia. Para hilvanar esta sucesión de etapas, Hilario Bravo ha recurrido a los símbolos, bajo los que se disfraza la realidad, con los que se lanzan hipótesis y con los que visualizan los pensamientos. Su pintura ha adquirido de esta forma visos antropológicos. Lo humano y sus incertidumbres, la realidad en la que está inmerso, sus anhelos y esos sueños, que nos transportan a lo sublime y nos sitúan un poco más allá del umbral de lo racional, conforman el eje sobre el que gira este final de ciclo. Los pueblos sin historia, como en muchas ocasiones se ha dicho imprudentemente, y la relación entre el sueño, la memoria y la existencia capitalizan en esta ocasión la atención del artista cacereño. Su pintura sigue teniendo ese sentido narrativo, como si de un libro se tratara, con las páginas abiertas y donde se suceden las ilustraciones[3]. Esta razón, este deseo de presentarnos las series ha hecho que su obra sea medida y armónica, sea un trabajo pensado, sin ningún descuido en las composiciones, con un color y un uso de la mancha bien estudiados y unos signos esquemáticos, a veces objetos reales pegados a la tela o el papel, que tienen como objetivo trasmitir o bien actitudes contemplativas o poéticas o bien plasmar la angustia y el desgarro del hombre contemporáneo[4].

Sueño del búho sabio. 2002
116 x 95 cm
Acrílico, carboncillo y collage s/ tela
Así, ninguna dicha, ningún desarrollo de las capacidades del hombre, ningún poder verdadero puede hacerse realidad sin haberse soñado antes. Este principio que rigió la cultura nohave y nos fue contada en 1925 por Alfred Louis Kroeber, en Handbook of the Indians of California, constituye el núcleo del mundo onírico de los indios americanos y parece un punto de apoyo para la concepción de los guerreros de Hilario Bravo. Atrapar los sueños no sólo es conservar aquellas imágenes que nos proporcionan felicidad, sino también entraña el que las pesadillas desaparezcan con los primeros rayos del día. El sueño no es más que un instrumento entre el Gran Espíritu y los hombres, una herramienta que es determinante en el equilibrio y hace de hilo conductor para que los deseos se cumplan. Con este objetivo los indios americanos idearon el asubakatchin, un artilugio mágico capaz de atrapar los deseos del alma. Y para llegar a esos deseos, Hilario Bravo escribía en su Cuaderno de Roma que es necesario toda una vida, aunque sea sólo para aproximarnos de manera tangencial a sus misterios[5]. La idea, los sueños, el lenguaje, su comprensión e incomprensión… son elementos esenciales para nuestra existencia. Los miedos y la libertad tienen distintos recorridos y son intemporales, e Hilario Bravo y la cultura amerindia coinciden en esta argumentación, en saber que unos pensamientos deben guardarse y otros desecharse: en la vida existen diferentes momentos y a cada uno le corresponde una fuerza que orienta correcta o incorrectamente al hombre en tránsito, ayudando u obstaculizando la armonía con su entorno.

Sueño de la ventisca. 2003
146 x 114 cm
Acrílico, carboncillo y collage s/ tela
Los cuadros que conforman esta serie, indudablemente, tienen un discurso que, quizá, parte de la sagacidad de un sabio anciano, llamado Iktomi y perteneciente a la tribu Lakota, que se retiró a la cima más alta de las montañas y donde tuvo una visión en la que aparecía una araña tejiendo su tela para mostrarle cómo deben interpretarse los ciclos de la vida y cómo estos deben canalizar las fuerzas que a largo de nuestra existencia guían nuestros deseos. El viejo indio, chamán, e Hilario Bravo, artista que nos transmite el pensamiento mágico, nos reordenan ciertos vestigios; uno lo hace a través de aquel “buscador de sueños” que le proporcionó la araña y otro en un espacio donde se relaciona lo sagrado y el orden natural: la forma, la materia, el número y la palabra determinan en cierta medida la condición de la existencia humana. Una existencia palpable en los cuadros de la serie, pero donde se perfila un horizonte incierto. Sus obras son el punto exacto en el que se gestan los acontecimientos. Son, a la vez, la presencia de esa existencia y la propia ausencia, la presencia de aquello que no vemos, y las imágenes ciertas de esos Guardianes del sueño.

Guardián, XI. 2006
40 x 30 cm
Infografía
Parece que Hilario Bravo, fiel a los tiempos que vive, ve que el hombre contemporáneo, demasiado influido por la ciencia, piensa que se debería creer en lo que sólo puede verse, pero en realidad esa misma ciencia ha llegado a ver lo que creen sus propios presupuestos apriorísticos, aquello que debe ser visto, trastocando el término de objetividad en favor de la subjetivad, en aquello que se quiere ver[6]. Así, en medio de esta paradoja, toda la serie gira en torno al sueño, pero como un proceso vivo que tiene un fin claro: los sueños y las visiones, como apunta Roger Bastide en El sueño, el trance y la locura, se entrelazan con el mito, con las ficciones personales y las coerciones colectivas, con los elementos que configuran una cultura… Y por ello han de atraparse, para poder tener futuro. De ahí que Hilario Bravo dibuje sombras, la otra cara del alma, el alter ego, lo que permanece apegado a la tierra, debajo de ella y sin luz, o coloque diferentes tocados que, dependiendo del ciclo vital y de su forma, nos indican el apego a lo terrenal o el despegue a lo celestial. También recurre al escudo como representación del universo, a las semillas y a los atributos femeninos como signos de continuidad, a la mancha que cubre deliberadamente y tapa la cabeza de los guardianes para lanzarlos al vacío, a la nada, o a las plumas para presentarnos el armazón del propia alma. Un conjunto de signos que nos muestran la pintura de un artista que ha sabido mantener su propio discurso, ajeno a tendencias y modas, donde la tragedia, lo sublime, la poesía, la incertidumbre… se funden en una especie de rebeldía; una postura que podríamos resumirla en la idea pitagórica de la aritmosofía [7]; esto es, en dotar a sus trazos de ciertas cualidades que cambian las formas más elementales en símbolos, en arquetipos que se esparcen por un espacio, cuyos límites sólo los ponen los bordes de los cuadros, y no son sino el reflejo de la existencia y de su eternidad.

Los guardianes de los sueños. Catálogo. Casa Duró. Mieres, Asturias. Abril 2008


Guardián de los sueños, I. 2003
100 x 70 cm
Carboncillo sobre papel


NOTAS:
[1] BRAVO, H., “Exhuberancia de la simplicidad”, en Hilario Bravo. Dibujo, fotografías, collages, Institución Cultural El Brocense, Cáceres, 1986, s. p.

[2] BRAVO, H., “Magia, sensibilidad”, en Visiones de un chamán, Biblioteca Pública, Cáceres, 1988, s. p.

[3] FERNÁNDEZ, J. D., “Hilario Bravo: siempre me han preocupado los temas esenciales”, en Hoy, 11-II-1993.

[4] CERECEDA, M., “Mapa del infierno”, en Las cuentas de Caronte, Consejería de Cultura, Badajoz, 2000, pp. 94-99.

[5] BRAVO, H., Cuaderno de Roma, Diputación de Badajoz, Badajoz, 2002, p. 55.

[6] Véase SCHUON, F., Du divin à l’humain: Le Courrier du Livre, Paris 1981. En la versión española: De lo divino a lo humano, Olañeta,. Palma de Mallorca 2000.

[7] CASTRO GARCÍA, O., “La experiencia cultural de lo sagrado a través de la geometría: de los albores de la humanidad hasta la aritmosofía de Pitágoras”, en Pensamiento, Vol. 63, núm. 238, 2007